Hace 2 años, en un parque de Ecatepec, dos personas con una caja de cartón traían unos perritos de apenas unos meses.
La solución más sencilla fue colocarse en algún lugar en la calle para regalarlos a cualquier persona; deshacerse de ellos.
Unos niños se acercaron y con berrinches pidieron a sus papás llevarse uno. Los padres aceptaron y se llevaron a casa con la cachorrita, una bolita de pelo blanco con negro, muy juguetona; con su espíritu aventurero que exploraba el mundo con sus dientes afilados.
Los niños fascinados jugaban todos los días con ella. Le daban de comer y cuidaban a pesar de sus travesuras.
Con el tiempo, Rufina la perrita, creció más de lo esperado y ya no jugaba tanto; no se veía tan tierna.
En ese momento a la familia le dejó de importar su bienestar. Representaba sólo un estorbo y no un ser vivo.
Llegó su primer celo y con ello el rompimiento de su libertad.
Lo más fácil era subirla a la azotea, hasta que su ciclo acabará. Pero pasó más tiempo y Rufina no volvió a bajar.
Pasaba los días bajo el sol, con sus platos vacíos, noches llenas de frío deseando tener unos brazos calientitos a su alrededor.
El único momento feliz para Rufina era cuando a veces se escuchaban pasos en las escaleras.
Ella se emocionaba, saltaba de gusto y movía su rabito a toda velocidad.
Eran unos cuantos minutos, donde sus dueños le ponían agua y le daban sobras que encontraban.
Todo era monótono, fueron días muy duros, pero Rufina siempre se acostaba cerca de la escalera para estar atenta a su manada.
De pronto la rutina desapareció, no se escuchaban ruidos y pasaba el tiempo y nadie subía.
Rufina comenzó a sentirse débil, tenía sed y hambre.
Después sus piernas no le respondían. Su cuerpo entero se deterioraba. Se quedó a la mitad de la azotea, tirada en la nada.
Unos vecinos la vieron desde lo alto de su casa; sus dueños se habían mudado.
Le llamaron a Silvia García y su equipo de “La casa del mestizo”.
Quienes tuvieron que saltar de una azotea a otra hasta llegar a Rufina.
La bolita de pelo se había convertido en un costal de huesos, que tuvieron que cargar y llevar de urgencia al hospital veterinario.
Su apariencia era mala, pero su evolución parecía que sería buena.
A veces la vida da un golpe de energía porque te depara algo mucho mejor, algo que no puedes dejar de vivir.
Así con la historia de Rufina. Con los cuidados, paciencia y amor que le dedicaron, ella pudo salir adelante y así conocer a su manada ideal.
Hoy ella puede estar segura que jamás la dejarán. Ella envejecerá pero no será abonada por sus nuevos dueños.
Rufina es y será parte de la manada; porque tener un perrito no es sólo un accesorio, si no un miembro más de la familia, es un compañero de por vida.
Existen muchos lugares en donde sigue sucediendo la misma historia, a veces tienen finales felices, a veces no.
Es por eso que te invito a tomar consciencia acerca de la esterilización. Puedes adoptar responsablemente y amar a los animales que son seres vivos y dignos de respeto.
¿Te gusto la historia?
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